Centralidad de La Biblia.

La Biblia es central, es suficiente para llevar adelante “toda buena obra” (2 Timoteo 3:15–17). La Palabra de Dios es la única que puede impartir vida a los incrédulos muertos en delitos y pecados (Efesios 2:1–3; Santiago 1:18, 21; 1 Pedro 1:23–25). También, la Biblia es viva y produce vida (Hebreos 4:12–13). Las Escrituras también son el medio que Dios usa para santificar a sus hijos (Salmos 19:7–10; Juan 17:17). Ellas son el alimento espiritual del pueblo de Dios (Mateo 4:4).

Por esa razón, por la clara indicación de Dios (1 Timoteo 3:15), y por el ejemplo de la iglesia primitiva (Hechos 2:42; 6:4), el ministerio de la Palabra debe ser central en toda actividad dentro de la iglesia o auspiciada por ella.

Por tanto, los líderes y maestros de la iglesia deben buscar por todos los medios posibles enseñar, predicar y aplicar la Biblia a cada ministerio y grupo de la iglesia; procurando adaptar los métodos a la capacidad de cada edad, pero siempre prefiriendo aquellos que den a la Biblia el lugar primordial.

Las actividades y ministerios deben organizarse con la centralidad de las Escrituras en mente. Se desperdician recursos y se pierde el propósito espiritual, cuando en una actividad se termina acortando el mensaje para así cumplir con un horario. Se quita vida a la iglesia, cuando se agregan “ingredientes extraños” a la Revelación de Dios, de tal forma que distraen o desplazan el ministerio de la Palabra. A modo de ejemplo podemos mencionar que una reunión de jóvenes no se revitaliza agregándole más juegos, sino más y mejor enseñanza bíblica.

De todas las formas posibles de predicación, la llamada predicación expositiva es la única que permite al predicador proclamar con autoridad un “así dice el Señor.” Por tanto, los servicios deben dejar suficiente tiempo (45 minutos a una hora) para que la Palabra sea correctamente expuesta.

La función principal del Pastor es administrar la Palabra, alimentar el rebaño con ella, por eso, no solo es necesario que se planifique el tiempo para la exposición, sino para la preparación de dicha exposición. Los demás líderes de la iglesia deben proteger celosamente el estudio del pastor (Hechos 6:4). La vida de la iglesia está en su púlpito.

Aun las reuniones llamadas “evangelísticas” deben girar alrededor de la predicación poderosa o la enseñanza de la Palabra (2 Timoteo 3:15), no de la música o los testimonios. La centralidad de la Biblia no es negociable.

Demasiado énfasis en actividades sociales, en satisfacer necesidades sentidas o psicológicas (en vez de las reales o teológicas), solo hace que los incrédulos se sientan cómodos entre la comunión de los santos (¡sin dejar de ser incrédulos!). De esa manera la “cizaña” crece robusta y luego se hace casi imposible arrancarla. Por el contrario, cuando la prioridad la tienen el ministerio de la Palabra, la oración y demás disciplinas espirituales, eso ejerce un efecto purificador en la congregación: quienes no son quebrantados ante la visión imponente del Señor, pronto dejan las reuniones buscando algo más entretenido por ahí (Romanos 5:10; 8:7; Colosenses 1:21; 2 Timoteo 4:3–4). Esto nos lleva naturalmente al siguiente principio.

Membresía Regenerada